El poder del amor es inimaginablemente poderoso. Algunas evidencias médicas nos dan la idea, pero nuestra mente no alcanza a vislumbrar aún todo lo que surge del amor cuando guía nuestros actos. Las sagradas escrituras, especialmente el Nuevo Testamento, hablan del amor fraternal como la manera real de vivir el Reino de Dios en este mundo.
Juan, el “apóstol del amor” coloca esta gran energía del lado opuesto a la muerte, y asevera: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14). Esto es el amor fraternal al que Jesús también nos invitaba con la bella frase: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
Este gran poder es nuestro cuando comprendemos el gran amor de Dios vivido en su sacrificio. La asimilación de esta entrega es la que nos hace amar también al punto del sacrificio. Así define Santa Teresa de Calcuta el amor fraternal: “amar hasta que duela”. No se refería ella al dolor físico, sino al que se genera por desprenderse uno de lo que considera valioso para proteger a otro; la entrega de un “bien” o “beneficio” propio por el bienestar del otro.
El amor fraternal implica una serie de valores y sentimientos muy profundos, que van desde la nobleza y la generosidad, hasta la lealtad y el respeto. Es un amor universal, distinto del amor de pareja, aunque no lo excluye.
Se trata de ese amor que nos anima a hacer algo por el otro de forma totalmente desinteresada, incluso simplemente sonreírle o desearle el bien desde nuestro corazón. Darle un poco de nuestro tiempo para escuchar, ceder algo de nuestra propiedad, acudir a un llamado de auxilio, estar presente donde se requiere, todas estas acciones son ejemplo de amor fraterno.
¿Y por qué en este momento nos detenemos a reflexionar sobre el amor fraternal, la gran lección de Jesús y sus apóstoles? Vivimos tiempos de gran dificultad, en los que la desesperanza y la frustración lastiman nuestra confianza en Dios, nuestra fe en el futuro. Y es muy comprensible sentirse así ante un panorama tan adverso.
En estas situaciones es importante recordar lo que el apóstol Juan explicó en su evangelio sobre el amor fraterno: no es posible que alguien se llame hijo de Dios si, mirando a sus hermanos en desgracia no es capaz de desprenderse de sus riquezas para ayudar.
Nuestro mundo plantea otra lógica, egoísta y materialista. Por eso el amor fraterno es una rareza. Nada es tan necesario hoy en día como el amor fraterno; nada nos salvará de la muerte si no es el amor, ese amor que transforma nuestra propia vida y nos permite ir en paz llegado el momento.
Te invitamos a vivir el amor fraternal. Podemos hacer el cambio con Cáritas de Monterrey. ¡Únete a nuestras causas!