Los seres humanos somos seres sociales. Aunque las tendencias actuales nos orienten en la dirección opuesta, los sentimientos más profundos de plenitud y felicidad se dan en un entorno social, es decir cuando interactuamos con las personas a nuestro alrededor. Este innegable vínculo con los otros enriquece en ambas direcciones: alimenta al individuo de un sentido de pertenencia y brinda a la comunidad fuerza y recursos para ser un mejor espacio de crecimiento colectivo. A este valioso vínculo lo llamamos solidaridad social y lo construimos juntos cada uno de nosotros.
Cada 20 de diciembre celebramos en el mundo el Día Internacional de la Solidaridad Humana. Este día es una invitación a ser conscientes de cómo somos ante nuestros hermanos, de cómo nos comprometemos con nuestra sociedad.
La solidaridad social no tiene que ver con el gobierno, tampoco con la filantropía o el altruismo que se practica de un modo “vertical”: ricos ayudando a los pobres. La solidaridad social surge desinteresadamente entre semejantes. Cuando analizamos su origen, descubrimos que hay un sentido de responsabilidad, es un deber instintivo, pues nuestro ser reconoce que solo podemos existir como especie en solidaridad.
¿Cómo beneficia la solidaridad y a quién?
Al ser el adhesivo de una comunidad, la solidaridad sale a relucir cuando enfrentamos una adversidad de cualquier índole.
Pensemos en situaciones graves: un desastre natural o un atentado. ¿Qué hacemos? Si bien nuestra primera reacción es ponernos a salvo nosotros mismos, inmediatamente nuestro segundo pensamiento es ayudar a otros a protegerse. A veces incluso arriesgamos nuestra seguridad si alguien no está a salvo. Este es el principio básico de la solidaridad: la ayuda desinteresada a un semejante en un momento de necesidad.
Tipos de solidaridad
Según los sociólogos existen tres tipos de solidaridad de acuerdo con la comunidad en que vivimos: la mecánica, la orgánica y la social.
La solidaridad mecánica permea en grupos pequeños que se dedican a la misma actividad y se apoyan mutuamente de maneras similares para superar las mismas adversidades. La solidaridad orgánica se vive en comunidades más desarrolladas con actividades diferenciadas, en las que la ayuda mutua se brinda de forma variada. Y finalmente, la solidaridad social, que se ofrece a una persona o comunidad en una situación adversa, aunque se encuentre totalmente ajena a nuestro entorno.
La solidaridad social es, por ejemplo, la que vivimos al enviar ayuda a damnificados de un desastre natural o en situación de guerra. También hablamos de solidaridad social cuando mediante alguna organización civil o institución brindamos ayuda a personas en situación vulnerable.
¿Por qué debemos practicar la solidaridad social?
Más allá del deber y el instinto por ayudar a otros, necesitamos practicar la solidaridad social porque ésta contrarresta los actos que nos ponen en peligro como especie: desastres naturales, guerras, hambrunas… La solidaridad social también nos hace conscientes de nuestras semejanzas. Finalmente, las acciones solidarias generan un sentido de pertenencia que nos anima a buscar un mundo más justo y equitativo.
En Cáritas de Monterrey invitamos a practicar la solidaridad social para el bien de todos. Más personas unidas para combatir nuestras carencias nos harán más fuertes ante las adversidades.